Cinco jinetes a galope entraron en el cementerio con sendos rifles y secuestraron a Jim. Nadie tenía pistolas ni rifles por ser un día tan especial.
Jhon terminó rápidamente el sepelio y se dirigió al pueblo al despacho del sheriff:
- Cógete todos tus hombres y las tres diligencias del estado de Tromb – dijo John – Han secuestrado a Jim. Vamos al banco de Tito Robbins a hablar con él. No quiero muertos ni heridos, mi amigo está en peligro. Vamos hacer negocios con él...
- Está en el banco desde primera hora. Mejor ir a su casa, de Miratox Twoun. La sirvienta a las diez sale siempre hacer la compra en el mercadillo. Hemos estudiado los planos del territorio minuciosamente. Se puede entrar rodeando el riachuelo. Espérame con tu caballo en el descampado.
A las nueve se encontró el sheriff con John. Había sustituido las tres diligencias por la tribu de indios Joux que eran expertos en trepar las verjas, no eran demasiado altas y quería llevarse documentos de Ttio Robbins para investigar y pillarlo en algún chantaje o algo turbio para presionarlo.
A Jim le habían llevado a una caballa muy lejos y lo habían amarrado a un gran palo de madera.
- Te soltaremos cuando firmes los papeles de venta de tus tierras – dijo un hombre que cubría su cara con un pañuelo rojo.
- ¡Moriré! ¡No venderé jamás! – dijo Jim gritando desconsoladamente.
- Dale agua y comida... que no se muera. Sin las firmas no hay nada que hacer – gritó el secuestrador.
- ¡Descúbrete el rostro, cobarde! ¡Quiero verte la cara!– volvió a gritar Jim.
El secuestrador le escupió en la cara – vas a comer ahora. Nosotros recibimos órdenes, hacemos nuestro trabajo. Firma hijo, es por tu bien. No queremos hacerte daño.
- ¡No firmaré jamás y no voy a probar bocado! ¡Soltadme y dejarme ir, insensatos. ¡Mis amigos vendrán a buscarme! – exclamó.
Un relámpago marcó el empiece de una gran tormenta. Los forajidos dejaron a Jim atado mientras diluviaba...
(Continuará...)
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