lunes, 2 de febrero de 2015

CONTINUACIÓN

Ya estoy ingresada y me he puesto el camisón azul que me han dado. Tengo mucho frío sin los calcetines y, además, estoy muy nerviosa, no sé lo que me pasa y me duele mucho la cabeza. Cada vez veo menos.

Van pasando las horas muy lentamente y ha venido a visitarme el doctor de planta. Me ha explicado que me van realizar mañana unas pruebas y me ha pedido ya la merienda. Mis otros hijos tardan en llegar. Quizás no han podido coger el vuelo a tiempo.

Me suben un poco de jamón de York y una tostada con mantequilla y mermelada de arándanos, me preguntaron que si tenía apetito y las dije a las auxiliares que mucha hambre. Llevo con un café y un melocotón desde esta mañana.

He convencido a mi hija Marisa para que bajase a la cafetería a tomarse un tentempié. A los pocos minutos, entra por la puerta de la habitación número quinientos mi gran amor Alfred. Ha tardado mucho porque estaba defendiendo un juicio del Estado mayor y no se podía ausentar.

-  ¿Cómo te encuentras?  -  me preguntó mi esposo acariciándome la mejilla muy cariñosamente.

-  Me encuentro bien  -  fingí yo.

Se ha sentado mi amado marido, mi eterno aliado y mi mejor amigo en esta vida, a observarme con la preocupación clavada en su rostro. Mientras, yo degusto mi merienda con un zumo de naranja bien rico. Me da mucho miedo la muerte. Rememoro, como en multitud de ocasiones, las últimas palabras de mi primer novio antes de fallecer y su deseo de que fuera muy feliz y querida. Mi otro gran amor Daniel Simith, siempre presente en mis días:

"- Serás feliz, no te preocupes, mi vida. Cuidaré de ti desde el cielo y me ocuparé de que no te falte nunca el cariño y el amor que te mereces, cual bella persona eres, el corazón más hermoso que jamás he conocido".

Sin duda, se ha cumplido sus últimas voluntades con creces. He sido, mil veces, feliz y muy amada y protegida por todos mis seres queridos... ¡Cómo os echaré de menos si fallezco!

(Continuará...)


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