La tormenta seguía con su peculiar música sobre los cristales del edificio. Antonia, la comercial, cerró de golpe el negro abanico del gran esqueleto.
- Con este mal tiempo no nos va hacer falta - asintió Antonia - ¿tiene usted aún sofocos Sr. Pérez?
- Deje usted el abanico sobre la mesa - contestó el bibliotecario - con estos sobresaltos a lo mejor me desmayo de un soponcio.
- No es para tanto - exclamó la comercial - yo soy tu muerte pero sólo si no sigues las instrucciones o nos fallas delatándonos.
De improviso volvió a entrar el ayudante Tomás, todavía estaba medio poseído del demonio al que llamaban Dios adverso, se dirigió con los ojos en blanco al comercial varón.
- Ramatán II, Ramatán II - interrumpió a Muerte.
- Dígame Dios adverso - le contestó el comercial Alfonso.
- Sube los ejemplares de la furgoneta - continuó el demonio - Aquí está el contrato firmado y con el sello de la biblioteca. Me lo ha firmado Tomás Jiménez, el ayudante del propietario. ¿Yo...? Yo estaba fuera de su cuerpo y también del astral.
Un gran estallido se oyó. Era un gran trueno. Todo quedó otra vez en tinieblas y la linterna se fue apagando poco a poco. Muerte volvió a silbar su típico extraño silbido.
(Continuará...)