Finalmente, Martha Maxtin falleció. Muy lentamente su respiradero se fue apagando y su viejo corazón dejó de latir. Muerte, Ramatán II y Dios adverso desde Tomás Jiménez el ayudante, seguían silbando su tétrica canción, todos al unísono.
El propietario de la biblioteca Carlos John rezó por su alma enervando a los tres espíritus del gran mal. Las trece estrellas de Damart rodearon de luz a la anciana y la diva del Bien, la diosa Senatta, ordenó elevar su cuerpo sin vida al primer cielo, donde habitan las ánimas que aguardan entrar a los trece cielos.
- ¡Ex-carcelero! - gritó la diva del Bien - esto no quedará así. Os tendremos vigilados.
- Han anulado nuestros conjuros protectores - comentó susurrando una de las hadas - tienen a uno de los infiernos invocados en sus silbidos.
- Ni las divas, ni las hadas - comentó riéndose Muerte - ni tan siquiera tú Diosa Senatta habéis podido con nosotros. ¡Ja, ja, ja!
- ¡Diosa Senatta! - gritó Dios adverso - te cambio la vida de la vieja por una de tus trece estrellas de Damart.
- Toda tuya, mal demonio - exclamó una entidad de luz - soy Dios Ratt, el dios de los muertos inocentes.
Una de las trece estrellas fue a caer volando en el brazo izquierdo del poseído Tomás. Se la portó en las manos de Muerte.
- Poséela Muerte y cambia su bien por nuestro mal - le ordenó Dios adverso - Tú, Ratamán II saca a la vieja y a los camilleros médicos de aquí por la ruta subterránea, la de mi primer infierno.
Muerte empezó a silbar su típica canción tétrica y Ramatán II bajó al infierno a Martha Maxtin, al médico y al auxiliar de la ambulancia.
De repente, otra gran tormenta estalló en la pequeña ciudad y en toda la comarca.
(Continuará...)